pendentista que amenazó con acabar con el dominio español en la isla, y que provocó tal inestabilidad en la zona, que los propios americanos ofrecieron su ayuda.
El detonante final ocurrió a principios de febrero de 1898. El ejército estadounidense envió al acorazado Maine al puerto de La Habana con la excusa de garantizar los intereses de los americanos residentes en la isla, lo cual era sino una manera de alentar a los movimientos independentistas que apostaban por rechazar cualquier lazo de unión con la metrópoli.
La noche del 15 de febrero estalló el barco, y España que acusada de dicho incidente. El entonces presidente de los Estados Unidos, William McKinley, dirigió un ultimátum a España para que garantizase la independencia de Cuba. España, a pesar de ser consciente de su inferioridad, no se reconoció agresora y rechazó el ultimátum, lo cual acabó, como bien es sabido, con la declaración formal de guerra por parte de los Estados Unidos el 25 de abril de 1898.
El conflicto, que implicó también a las colonias de Filipinas y Puerto Rico, se desarrolló de forma fugaz: en julio del mismo año, el embajador francés Jules Cambon negociaba en nombre de España una tregua para el conflicto.
Los americanos llevaron a Cuba un gran número de novedades, entre las que no se contaba la auténtica independencia política, ya que la antigua colonia permanecía sometida a los Estados Unidos mediante un artificio que se llamó Enmienda Platt. Pero sí llegó la Coca-Cola, llevada a la isla desde el primer momento por los soldados estadounidenses, que se mezcló rápidamente con el ron autóctono para festejar una ilusoria "Cuba Libre".
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